Ni una migaja de amor, entre las manos
y el alma se me muere de vacío,
el corazón arañando inútilmente a las estrellas,
por dentro hirviendo, por fuera frío.
Me embarga y me puede la tristeza
que lucha por vencer a la esperanza
soñando siempre con un giro del destino
que incline hacia mis ansias la balanza.
Más nada ocurre, todo sigue yermo,
ni una gota de lluvia, que haga resurgir brotes
ni el más ligero viento, que conmueva la entraña;
los días se suceden, igual que eternidades
y las horas son lentas, como tristes campanadas.
Tan sólo por la sangre, me corre como fuego
y ansiosa de caricias mi carne se levanta
y cada madrugada mis ojos bien despiertos
escudriñan atentos, mirando el horizonte
por si al llegar el alba, de pronto apareciera
el gran amor soñado, que ha moldeado el alma.
Ese amor, que dicen los que saben
que impregna las entrañas,
que inquieta y que trastorna,
que aviva y que relaja
que enciende y apasiona
que hiere y que no mata.
Ese amor, que da gozo, puede quebrarte el alma,
mejor mil inquietudes, producto de su lanza
que esta triste agonía de nunca sentir nada.
Cada madrugada….
me embarga y me puede la tristeza
que lucha por vencer a la esperanza.
¡Más nunca pasa nada!